La viajera romántica Louise Tenison escribe en 1850 sobre la fiebre del oro en Granada:
Algunas veces el lecho del río se ve animado por la presencia de unos cuantos buscadores de oro de aspecto miserable, cuyas recompensas de ningún modo se pueden corresponder con su perseverancia. La arena marrón oscura, cuando se lava, proporciona unos cuantos granos brillantes, suficientes para probar los derechos del río para que sea llamado el Dorado Darro, y para pagar el trabajo de los pobres con unos cuantos reales al cabo del día. Al principio parece que era más abundante, y a Carlos V, cuando llegó a Granada le regalaron una corona hecha con el oro del Darro.